Según las creencias africanas, este animal es divino y si se cruza en tu camino da felicidad. Su existencia ha sido relevante en el público desde los años 1970 por Chris McBride en su libro Los leones blancos de Timbavati (The White Lions of Timbavati).
Esta situación es la que pretende denunciar Mía y el león blanco, de Gilles de Maistre, con una historia que va más allá de la típica película de una amistad entre un niño y una animal. Como fondo a la huída del combo protagonista está la soledad por elección, el trauma infantil, el fin de la inocencia de dos niños y la lucha entre el conformismo (el padre) y el empeño por cambiar las cosas (la protagonista).
Entre esos personajes oscilan otros de muy diferente pelo como el de la madre que no ve lo que está pasando porque su mente no lo acepta, el del capataz que asume las reglas fijadas y no se las plantea, el amigo que es la encarnación del mal… Y el hermano, uno de los papeles más complicados, un niño traumatizado que es incapaz de seguir adelante, pero que no pierde la esperanza en una intervención divina que les salvará a todos.
La evolución de los personajes durante los tres años que recoge el filme está perfectamente tratada y no se sienten los saltos como algo abrupto sino muy gradual. Por lo visto, la grabación se prolongó el mismo tiempo con lo que el desarrollo de los personajes, tanto físico como psicológico, se hace mucho más realista.
ACTIVIDADES MÍA Y EL LEÓN BLANCO