Había una vez una señorita muy especial llamada Cuaresma que no quería otra cosa que sus amigos pasaran con ella 40 días, los mismos días que nuestro amigo Jesús pasó en el desierto orando. ¿Para qué? Pues para que pudieran prepararse bien antes de la llegada de su prima la Pascua. Cuaresma les decía a los sacerdotes que se pusieran una estola y una casulla morada pues era el color que había elegido para que todos reflexionasen sobre lo que hacían bien en su vida y acerca de lo que debían mejorar.
Cuaresma, que era muy inteligente e ingeniosa, les hizo saber a todos que los 40 días comenzarían a contar a partir del Miércoles de Ceniza, les pondría una pequeña cruz de ceniza en la frente ('del polvo eres y al polvo volverás', les decía) para que así lo supieran.
Una vez tenían la cruz en su frente, debían pensar en cómo ser mejores, cómo ayudar a los demás; vamos, que Cuaresma quería que sus amigos y amigas fueran mejores cristianos. ¡Que nadie se asuste! Siempre podían contar con la ayuda de Dios, tan solo había que rezar o hablar con él para que diera las respuestas necesarias.
El Jueves Santo, con la llegada de la Pascua, 40 después del Miércoles de Ceniza, Cuaresma se retiraba a descansar hasta el siguiente año, ¡había hecho un gran trabajo!